Toque de queda en Kiev, El misil surcó el cielo oscuro sobre el centro de Kiev y en el aire, cuando comenzaba a descender, explotó. Cinco minutos más tarde otro proyectil del lado ruso cruzó sobre el caudaloso río Dnieper, que divide Kiev casi al medio. Segundos después otro lo interceptó del lado y en el aire, como si fuera un espectáculo estremecedor, explotó en mil pedazos. Ucrania recibió ayuda de países europeos para reforzar su escudo antimisiles sobre Kiev, el bastión clave de esta guerra, pero no posee un antídoto efectivo para contrarrestar los ataques rusos que en los últimos días se produjeron con misiles hipersónicos, como admitió Moscú. Son proyectiles teledirigidos que pueden ser lanzados desde más de 1000 km de distancia y poseen tanto un poder de destrucción muy intenso como la capacidad de ser muy difícil detectarlos.
El presidente Volodímir Zelenski denunció ante la prensa que Rusia está usando este tipo de armamento muy poderoso y pidió ayuda a los países de la OTAN. Israel rechazó proveer a Ucrania de la tecnología que usa para su escudo antimisiles, una de las más sofisticadas del mundo.
Toque de queda en Kiev
La noche de este domingo y la madrugada del lunes fue complicada en Kiev. Al anochecer del domingo no logré llegar al hotel Natsionale, donde estoy alojado en el centro de la capital ucraniana, antes del toque de queda. La zona estaba totalmente cercada por las tropas ucranianas, que me impidieron llegar porque estaba cerrado el tráfico, por un despliegue militar mucho más intenso en esa zona cercana a Maidán, la plaza principal de Kiev, que es todo un símbolo para este país. Allí comenzaron las protestas que en 2014 terminaron con la caída del gobierno pro ruso.
Cerca de allí están enclavados los edificios gubernamentales. Tuve que recluirme en el hotel Opera, donde está alojado Rodrigo Abd, un amigo y reportero de la agencia Associated Press, con quien habíamos estado trabajando en el barrio Satoya, que fue blanco de un ataque con misiles durante la tarde del domingo. Cerca de las 21 comenzaron a escucharse además de las detonaciones más graves ruidos de ráfagas de disparos.
Es la primera vez que se oyen durante tanto tiempo ese tipo de tiros de ametralladoras. A los periodistas que están en Kiev se les hace imposible chequear la información de manera rápida, por más que pertenezcan a agencias que tienen una logística importante. La guerra es incertidumbre, desconcierto y desinformación. Los ucranianos tienen prohibido publicar lo que sucede en la ciudad en las redes sociales. No hay un solo tweet sobre los últimos bombardeos. Nadia, una ucraniana que trabaja con algunos periodistas, explica que las ráfagas pueden ser producto de los enfrentamientos entre las tropas ucranianas con los llamados saboteadores rusos.
Ese es un argumento que expone también el propio gobierno, y que los ucranianos repiten sin parar. Es una versión que retroalimenta el nervio del patriotismo, que se agita todo el tiempo para evitar que se gesten grietas en un país paralizado por la guerra desde hace casi 25 días, donde nadie sabe cómo se va a sostener en esta situación durante más tiempo.
En el cielo se escucha una especie de rugido. Y luego las detonaciones de los misiles tierra aire que disparan los ucranianos para interceptar los explosivos teledirigidos. Las esquirlas de uno de esos misiles cayó durante la tarde en el barrio de Satoya, cercano al centro de Kiev. En un segundo todo cambió. Todo voló en mil pedazos en Satoya, durante un día soleado y cálido para las temperaturas de Kiev, que se transformó en un infierno, con detonaciones permanentes desde la mañana temprano. El cráter que dejó el misil estaba a unos cuatro metros de una torre de departamentos de diez pisos. El agujero que dejó el explosivo era de unos cuatro metros de diámetro. Todo a su alrededor quedó destrozado, entre ellos los autos que estaban estacionados este domingo. Voluntarios de la Cruz Roja montaron una carpa para atender a los heridos.
Los vecinos damnificados se agruparon a unos 100 metros. Muchos habían salido con lo puesto. Y a pesar del sol cálido el frío de Kiev los obligó a taparse con lo que otros vecinos les daban, como mantas de lana o frazadas. Un grupo de policías y milicianos de la resistencia trataban de contener a la gente, que estaba desbordada, cansada y con frío. Los uniformados no pudieron atajar más a los vecinos que rogaban poder entrar otra vez a sus casas, aunque hubiera riesgo para sus vidas, por el peligro de derrumbe.
Logré ingresar con algunos de ellos a sus departamentos desechos. En una cocina destruida todavía quedaban las cáscaras de mandarina -una fruta que se consume mucho en Kiev- que una mujer estaba comiendo segundos antes de la explosión. La vida cotidiana y doméstica cortada en pedazos por las bombas. Sykur tenía aún las gasas en su cara y los rastros de iodo, cuando volvió a su departamento. Su cama estaba cubierta de escombros. Una hora antes veía allí televisión, explicó. Contó que la explosión destrozó su casa y la de su hermano, que vive al lado.
Con una bronca que no podía ocultar en su rostro, un hombre arrojaba desde el primer piso pedazos de escombros. Los tiraba con rabia. Un rato después llegaron otros vecinos con una soldadora eléctrica para arreglar la reja de hierro que se había destrozado para evitar que posibles ladrones ingresaran a su casa, donde nada parecía posible de ser objeto de asaltantes.
Las detonaciones y las sirenas se hicieron cada ve más frecuentes con el atardecer y la caída de la noche la virulencia fue mayor. En una noche totalmente despejada el cielo oscuro, pero repleto de estrellas mostraba en Kiev que está guerra está lejos de terminar.