Los cementerios encierran secretos. Descansan cuerpos que ya no están presentes en el día a día. O sí. Porque el de la ciudad de Natchez, en el condado de Adams, Mississippi (Estados Unidos), es hogar de algunas lápidas inusuales: es la tumba de Florence Irene Ford la que tiene la historia más conmovedora.
Florence murió de fiebre amarilla a los diez años (1861-1871). Durante su vida, se sentía aterrorizada cada vez que había tormentas eléctricas y necesitaba consuelo de su madre en cada temporal.
Así que cuando ella murió, su madre, devastada por la pérdida, mandó construir un ataúd especial para Florence que contase con una ventana de vidrio para poder ver su cuerpo.
Además, la tumba de la pequeña tiene una serie de escalones de cemento que descienden hasta su ataúd , con una ventana de vidrio bajo tierra. Cada vez que se producía una tormenta eléctrica, la madre de Florence se dirigía al cementerio, bajaba los escalones y allí se sentaba, para consolar el alma de su hija.
¿Por qué la madre hizo tal cosa?
Parece que a la pequeña Florence le aterrorizaban las tormentas, y cada vez que había una, corría hacia su madre, que la consolaba amorosamente.
Durante años, la tumba no ha cambiado mucho. Por ejemplo, se puede seguir leyendo el epitafio en la tumba: “Una hija tan brillante y afectuosa como Dios la bendijo con su imagen.” Lo único se modificó es la ventana de cristal, que fue cubierta para evitar posibles actos de vandalismo en los años ’50.
Después de la muerte de la madre de Florence, el vidrio que cubría el ataúd de la pequeña fue recubierto por cemento para evitar el vandalismo. Sin embargo, hasta hoy, los visitantes aún pueden descender los escalones hasta la tumba de Florence.
Más allá de la tumba de Florence Ford, el cementerio de Natchez tiene varias curiosidades: una de las lápidas la llaman el «Ángel Giratorio», que es una estatua de un ángel tallado de tal manera que forma una ilusión óptica. Al acercarse a la estatua desde el ángulo correcto, el ángel parece girar hacia el visitante.
También hay una gran lápida de tres niveles cuyo tamaño, bastante grande, se explica por el hecho de que hay una silla mecedora en el interior, como era el deseo de Rufus E. Case, cuyos restos se encuentran allí junto a la silla que le acompañó sus últimos años.