El cierre de la campaña política de Granata dejó claro que aún es capaz de atraer los reflectores, recorriendo diversos medios nacionales y lanzando declaraciones que, sin duda, alimentarán su narrativa en redes sociales. Sin embargo, entre las palabras, se omite un tema crucial: el síndrome de abandono que la persigue desde que comenzó su incursión política. Ayer mismo, perdió a una nueva aliada en la Cámara de Diputados: Beatriz Brouwer, quien se despidió de su bloque. Este abandono se suma a los dos anteriores, consolidando una preocupante tendencia que la acompaña desde sus primeros pasos en la política.
Pero Granata no es ajena a los abandonos. A su llegada a la Legislatura, lo hizo de la mano de cinco diputados que pronto la dejaron sola. ¿Por qué tantos se apartan de ella? La respuesta parece residir en una mezcla de actitudes que van desde la falta de capacidad para gestionar relaciones personales y políticas, hasta una notoria carencia de estrategia coherente. Granata se considera una líder, pero su forma de liderar deja mucho que desear. Se le conoce por sus desplantes y un trato áspero que la aliena incluso de quienes la acompañaron en su campaña.
La cuestión es clara: Amalia Granata no parece tener los recursos políticos ni humanos necesarios para sostener su posición. A menudo se muestra presionante, acaparando la atención y los logros, mientras deja a su equipo al margen. Este comportamiento no solo demuestra una falta de visión política, sino también una visión egoísta del poder. No es raro que, más allá de su imagen pública, Granata se adjudique el mérito de haber “llevado” a los diputados a la Cámara, mientras que varios de esos mismos legisladores invirtieron dinero y esfuerzo en la campaña.
Es un misterio por qué la sociedad sigue sin comprender quién es realmente Granata. La diputada solo parece ser capaz de comunicarse con Buenos Aires, mientras que se esconde de los medios locales, incapaz de dar respuestas claras sobre el uso de los subsidios y recursos públicos que gestiona. Y lo más grave: no tiene explicación alguna sobre por qué ha asignado a su esposo como asesor, limitándose a dar excusas poco creíbles.
Granata llena su discurso de críticas a la «casta política», pero sus acciones no parecen ser tan diferentes. Se empeña en cultivar una imagen de outsider, pero su comportamiento sugiere que, más que una lucha contra el sistema, su única batalla es por conservar su poder personal. Su falta de confianza en los demás es un claro reflejo de su incapacidad para construir equipos sólidos. Ella misma eligió a quienes la acompañan, incluyendo a sus amigas, y aún así los abandona a su suerte.
En el ámbito parlamentario, Granata prefería enviar a otros, como Pullaro, a defender sus proyectos. Hoy lo critica, demostrando una falta de coherencia política alarmante. ¿Realmente tiene claro hacia dónde quiere ir? Si recibe algo de lo que pide, se muestra satisfecha; si no, lanza críticas sin fundamento. Un liderazgo que se tambalea, que no puede sostener ni a su propio equipo, es un liderazgo destinado a la desintegración. Granata, al final, parece ser la principal responsable de su propio abandono.