Por ANDRES GIMENEZ – Mientras los ciudadanos cumplen con su deber cívico, los responsables del control urbano parecen haber levantado el pie del freno. Hoy, en San Cristóbal, no hay fotomultas, no hay semáforos funcionando con normalidad. El mensaje es claro: “circulen, circulen, que nadie los va a detener”.
La escena es tan llamativa como predecible. Aflojar las riendas, descomprimir tensiones y maquillar una ciudad que el resto del año funciona a los tumbos. Las infracciones hoy no existen. El orden, que tanto se reclama, parece ser opcional si hay votos en juego.
¿Esto es parte del operativo de “paz electoral” o simplemente otra muestra de cómo se manipula lo público en beneficio de unos pocos? ¿Cuánto dura este espejismo de normalidad? ¿Hasta que cierren las urnas y vuelvan las multas, los controles y la rigidez habitual para algunos?
Lo cierto es que la decisión de desactivar los mecanismos de control justo el día de la elección no puede pasar desapercibida. Porque no es sólo una anécdota: es un mensaje. Y el mensaje es que cuando el poder necesita mostrarse amable, sabe exactamente qué botones tocar… y cuáles dejar en rojo intermitente.