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¿Qué es la carga mental y por qué a los varones no les conviene hablar de eso?

SCALDIA
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Qué es la carga mental – La historia se modifica década tras década y hace cincuenta años lo que era típico hoy parece de otro mundo. Y si bien siempre fue así, de un tiempo a esta parte la velocidad que adquieren estos cambios se acrecentó de la mano de los feminismos. 

Cuestionarlo todo. Así se presentan a la hora de hablar de objetivos. Los vínculos sociales, las relaciones laborales, la crianza de les niñes. Todo. Y en ese todo, por supuesto, están las necesarias, claves e invisibilizadas tareas del hogar.

El 76% de las tareas domésticas en los hogares continúan siendo realizadas por las feminidades. «Eso que llaman amor es trabajo no pago», la famosa frase de la filósofa Silvia Federicci, es uno de los conceptos más repetidos en esta cuarta ola feminista y  uno de los pilares a la hora de hablar de igualdad de derechos. 

Pero este concepto, tan importante si hablamos de emancipación femenina, tiene algunos rincones no muy claros. Porque sí, pedimos dividir las tareas del hogar, que tanto los hombres como las mujeres hagan la misma cantidad de esfuerzos dentro de casa respecto a la limpieza como a los cuidados, pero aunque en muchos hogares la división funcione, la responsabilidad recae sobre el género femenino.

¿Pero por qué? Para entender las razones, Filo.News habló con dos especialistas sobre el tema. Las sociólogas Eleonor Faur, investigadora del Centro de Investigaciones Sociales (IDES), y Delfina Schenone Sienra, integrante del área de Políticas de ELA (Equipo Latinoamericano de Justicia y Género). Pero además, entrevistamos a Agustín Pérez, un varón que desde que comenzó la cuarentena comenzó a realizar las tareas del hogar como un hábito y notó lo laborioso, repetitivo y hartante que puede llegar a ser.  

Eso que llaman ayuda es sexismo

Comic de la diseñadora Emma Clit llamado: 'Me lo podrías haber pedido'.
Comic de la diseñadora Emma Clit llamado: «Me lo podrías haber pedido».

Empecemos por el principio. ¿Qué significa «carga mental»? «La carga mental refiere a aquellas responsabilidades de cuidado y trabajo doméstico no remunerado que no sólo se relacionan con la cantidad de horas dedicadas y poner el cuerpo en la tarea, sino también en su planificación, gestión, organización, que es un trabajo cotidiano que suele recaer en las mujeres», explica Faur.

Es eso que pasa cuando Laura le pide a Carlos que vaya al super y Carlos, desde el super, le manda un mensaje a Laura que dice «No hay el papel higiénico que compramos siempre, hay uno con perritos, ¿llevo ese mi amor? Ah y tampoco encuentro el queso crema, voy a comprar manteca». En ese momento, Laura, que estaba mandando un mail de trabajo y respondiéndole a su hija que no, que no puede pintar toda la pared con fibrones, con la mano que tiene libre le responde a Carlos: «No no no. No traigas manteca que acá hay, fijate que el queso crema sea para untar y no compres el de perritos que es carísimo al pedo, trae uno que no tenga dibujos que ya estamos grandes, Carlos, plis».   

Muchas de estas historias o debates en casa, tienen como respuesta un clásico: «Vos decime en qué y yo te ayudo». Ese mismo patrón se repite cuando hay que justificar el accionar de Carlos: «Colabora con las tareas del hogar, va al super».  

Lo cierto es que hace cincuenta años atrás, cuando la distribución de las tareas eran distintas y estaban bastante más claras, estas respuestas tenían, al menos, sentido. Los hombres trabajaban fuera del hogar y la mayoría de las mujeres, dentro. Hoy, 2020, el escenario se modificó casi por completo. Y digo casi porque esta modalidad aún se mantiene y la responsabilidad a la hora de ordenar, acomodar, cuidar y limpiar la casa, continúa siendo femenina. Con mirar a quién están dirigidas el 90% de las publicidades de artículos de limpieza, es suficiente.   

«Como la empresa donde trabajo me dejó de pagar el sueldo, mi novia aceptó más horas de trabajo y yo me hice cargo de las tareas de la casa. Sí bien no tenemos hijes, ahora entiendo muchas cosas de las que a veces le escuchaba decir a mi mamá cuando era chico, el gran problema para tomar tareas domésticas es que están subvaloradas. Porque de verdad te ocupan la cabeza y además el tiempo», cuenta Agustín. 

Pero, ¿por qué los varones perciben su colaboración y su participación como una ayuda? «Esto tiene que ver con una herencia de un sistema de bienestar basado en la idea de una familia con un varón proveedor de recursos económicos, que trabajaba fuera de la casa por un ingreso monetario y las mujeres como amas de casa de tiempo completo. Lo notable es que a pesar de que las mujeres siempre trabajaron y sobre todo lo han hecho de manera muy significativa, se aceleró este crecimiento desde hace unos 50 años», explica Faur.

«Esta situación de considerar a las mujeres como las administradoras y las responsables de la fluidez de los vínculos y de las tareas domésticas se ha modificado muy poco, tanto para las mujeres como para los varones», agrega.

Es que sí. Pasó mucha agua bajo el puente. Hoy la mujer forma parte del trabajo formal fuera de casa pero nunca dejó de trabajar dentro. Aún así, algo de todo esto sí se modificó: hoy somos consientes de esta opresión. Lo hacemos, claro, primero porque lo resolvemos más rápido y segundo porque, en general, ellos lo hacen mal, pero la tarea se resuelve con hastío y cansancio. Y, de yapa, nos peleamos con nuestras parejas por un par de medias sin lavar. 

El muy conveniente instinto protector 

Publicidad callejera de lavandina dirigida a mujeres.
Publicidad callejera de lavandina dirigida a mujeres.

Pero no son sólo las tareas del hogar, las mujeres además cargan con las tareas del cuidado, históricamente relacionadas al género femenino. Basta con ir a una reunión de padres en el colegio, por ejemplo, en la que el 90% de las personas presentes no son padres sino madres. O ver los regalos que recibimos cuando somos chiquitites. O, de nuevo, prender la televisión y ver a quién están dirigidas las publicidades sobre remedios para la tos, pañales o tabletas para los mosquitos.   

«Cuando hablamos del cuidado, muchas veces hacemos referencia a sus distintas dimensiones: el cuidado directo de personas, el cuidado indirecto que son los trabajos domésticos y el autocuidado», explica la Sienra y agrega: «El cuidado implica tomar las decisiones pero además acordarse de cuándo hay que hacer las cosas, decirle a otras personas lo que tienen que hacer para asegurar que ese cuidado se realice. Eso no tiene un tiempo determinado sino que se caracteriza más bien por ser una carga continua. Y esa carga mental está muy invisibilizada, porque no se capta en las encuestas del uso del tiempo, porque no es posible cuantificar la cantidad de horas por día que le dedicamos a esos pensamientos».

Con la excusa de «el amor» como bandera para estas cuestiones, nos engañaron toda la vida. Millones de milanesas, pisos limpios, tareas del colegio y turnos médicos fueron realizados con la carta del amor en la mano. Ahora, si trabajás muchas horas y no llegás, tenés que contratar a alguien y sabemos que con amor no le podemos pagar, le tenemos que pagar con dinero. 

«Estamos todos bastante y todas bastante acostumbradas, habituadas a que esa sea la forma de organización social. Considero que las mujeres en esto hemos ido cambiando de una manera más acelerada que los varones. Esto está llevando un tiempo, quizás más de lo que hubiéramos deseado o presupuesto para que realmente filtren las subjetividades masculinas», agrega la socióloga. 

Por su parte, Delfina agrega: «Así como el mandato de la feminidad se asocia con el cuidado y se educa a las feminidades para producir una disposición a brindar ese cuidado y pensar y antemponer las necesidades ajenas a las propias, también hay un mandato de masculinidad hegemónica, donde los varones cis son socializados y crecen pensando que esa no es tarea suya y que hay otras personas, léase las mujeres, las que están a disposición en este sentido».

A Agustín, por ejemplo, aún le cuesta mucho dimensionar cómo todas estas tareas «dadas» de las cuales ellos nunca tuvieron que hacerse cargo, son igual de importantes que de invisibilidazas. «Qué falta comprar algo, que se rompió tal cosa, que llegó el impuesto, que hay que arreglar la tecla de la luz, que el inodoro se ve sucio, que el plumero no da más. Es muy difícil también pedir ayuda y que hagan lo que pedís. Por alguna razón, cuesta que las demás personas que viven en la casa acaten tus pedidos. Por ejemplo: dejá la ropa sucia acá. O si sacás algo de este lugar llevalo a de vuelta a donde estaba. Acá es cuando me acuerdo de mi vieja», reflexiona. 

«También es difícil no ver al otre que no tiene el rol de limpiar como un colaborador eventual. Es un lugar muy cómodo para los varones y que ni siquiera registramos que lo tenemos», sostiene. 

El Estado es responsable

Estas costumbres, tan arraigadas a nuestra cultura, no sólo se alimentan con bajadas de línea desde los dibujitos, publicidades o a educación, también conviven en el entramado estatal. Una de las dimensiones más ocultas pero igual de violentas respecto a las tareas del hogar viene de la mano de las políticas públicas que, por un lado, reflejan el status quo y, por el otro, resignifican sistemáticamente las desigualdades de género. 

Sin una perspectiva feminista, el Estado, responsable de garantizar políticas económicas y sociales para cuidar a su pueblo, repite una y otra vez códigos sexistas. ¿Por qué son las feminidades las encargadas de cuidar la economía del hogar? ¿Por qué los planes que tienen que ver con las tareas del cuidado familiar, tienen a una mujer en las fotos? 

Todas estas cuestiones, que tal vez nos parezcan nimiedades, forman parte de una estructura que piensa a las feminidades como las encargadas de todo lo que los feminismos buscan romper: el instinto maternal no existe, el amor no debe ser una herramienta de opresión y nadie nace sabiendo limpiar, a limpiar se aprende. 

«Estas subjetividades de los varones no se producen en el vacío, sino que también están ancladas en una serie de políticas públicas, una cultura empresarial, unas formas de organización de la vida laboral que también presuponen que los varones no tienen cargas de cuidados y que somos las mujeres las que vamos a estar conciliando los tiempos de trabajo remunerado y los tiempos de trabajo no remunerado», sostiene Faur. 

«Pensemos en la ley de contrato de trabajo que claramente da cuenta de una cierta visión sobre las responsabilidad de cuidado: si a las mujeres les damos 90 días de licencia de maternidad y a los varones les damos sólo 2 días, desde el propio texto de la ley se les está diciendo a las mujeres que son las cuidadoras aunque sean trabajadoras remuneradas y a los varones se les da una idea de acompañamiento muy limitado», sostiene la Siy agrega: «Por eso es que también hay que considerar el rol central que juegan las políticas públicas para poder darle cauce o a veces incentivar o acelerar ciertos cambios culturales que se van dando pero que se encuentran con obstáculos normativos o institucionales para desarrollarse». 

Aún así, en esta parte de la nota, nobleza obliga. El gobierno de Alberto Fernández es el primero que da lugar a este tipo de problemáticas desde una perspectiva de género y es el que creó el Ministerio de la Mujer, vanguardia en el mundo entero. 

Esta cartera, si bien es muy joven y aún se encuentra desarrollándose, obliga al resto de los ministerios a tener también este tipo de lecturas, tan necesarias respecto a las problemáticas de género. 

Por primera vez, desde el Estado, se habla de cómo las tareas del cuidado están dirigidas desde hace décadas sólo a las feminidades y de qué forma puede un gobierno, a través de las políticas públicas adecuadas, darle el marco correspondiente para equilibrar esta desigualdad de forma urgente. 

Escobitas para ellos 

Así que no todo es oscuridad y agotamiento. Los movimientos feministas vienen desde hace muchos años sacudiendo el suelo y desestructurando cuestiones tan naturalizadas como incómodas. 

Los cambios, modificaciones y acciones culturales respecto a la clara desigualdad en las tareas del hogar, la violencia, el acoso, los abusos, emergen en una sociedad que analiza a diario qué tipo de vínculos quiere sostener. Y en ese diálogo constante, las feminidades ganamos terreno, soltamos el trapo de piso y nos sentamos en el sillón a respirar, invocando a la paciencia y generando espacios de debate para dejar de hacer de nuestro tiempo, todo por todos y nada por nosotras. 

«El activismo feminista y el que esté el tema cada vez más en la agenda política y en la agenda social y cultural, necesariamente va a contribuir y ya está contribuyendo a una, a una transformación de estas, de estas tareas y responsabilidades y también de la carga mental. Creo que sin duda, los hombres del siglo 21 hacen mucho más en sus casas y comparten mucho más las creencias de lo que sucedía a mitad a mitad del siglo XX y las estadísticas», explica Faur.

«Yo no veo un cambio significativo y generalizado pero tampoco estamos en el mismo lugar que hace 30 años. Mi grupo de amigos no actúa hoy como actuaban nuestros papás. Eso no quiere decir que ya estemos en la panacea de la igualdad entre varones y mujeres, para nada. Pero al menos en el círculo que me muevo, que un varón cuente con gracia u orgullo que no hace nada en la casa o en las tareas de crianza no está bien visto», explica Agustin. 

«El primer paso es visibilizar y que no sólo se considere que si lavo los platos, lavo la ropa y paso a buscar a mi hija al colegio ya se repartió el trabajo de cuidado.  Y en segundo lugar, a mí me gusta mucho pensar, como sugiere Joan Tronto, que cuanto más realicemos una actividad, mejores seremos llevándola adelante. Es decir, que cuanto más una persona cuida, mejor se vuelve cuidando. Esto aplica a varones. Cuanto más se involucren en el cuidado, mejor lo van a hacer y más disposición van a tener a estar atentos a todo lo que conlleva ese cuidado», explica Sienra. 

Porque si la práctica hace al maestro, es por ahí por donde se debe empezar. La crianza de les niñes, los consejos, las posibilidades y herramientas, son claves a la hora de educar a una sociedad más igualitaria y colaborativa. 

Durante mucho tiempo a los varones se les dijo que las tareas del hogar no sólo son tareas de mujeres sino que, además, son menos importantes que el trabajo que ellos realizan. «Sin dudas que sea una tarea de ‘la mujer’ genera que esas tareas, socialmente, sean degradantes. Se considera menos valioso que el trabajo que trae plata a la casa», argumenta Agustin. 

Una de las claves a la hora de resolver estas problemáticas culturales que continúan reproduciéndose es entender que con explicarle a las más chiquitas que tienen derechos, que pueden empoderarse, que si quieren van a llegar a ser CEOS de alguna empresa, no alcanza. Para que todo eso suceda, en paralelo, hay que educar a los varones bajo estas perspectivas.  

A ellos hay que enseñarles que el orden, la limpieza y los cuidados también serán parte de su vida cotidiana y aprender a realizarlos no debe ser nunca un acto de «solidaridad» sino más bien un hecho de responsabilidad para con el mundo, sí, pero también para con ellos mismos.   

¿Y elles?

Esta nota tiene un raíz absolutamente binaria porque en las publicaciones científicas, los censos, el estudio del trabajo no remunerado, el uso del tiempo y prácticamente cualquier otro tipo de análisis social, es poca (o nula) la información sobre personas trans y no binarias. La invisibilización, la discriminación hacia identidades disidentes y la ausencia de perspectiva de género deja a las personas trans y no binarias excluidas de políticas y estadísticas que puedan mejorar la situación de este grupo poblacional.

Fuente: Filo News

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