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Qué cambia en la política santafesina con la ausencia de Miguel Lifschitz

SCaldia

Muertes de líderes políticos como Miguel Lifschitz tienen un sinfín de lecturas posibles. Se podrían agrupar en dos grandes dimensiones. La primera es sobre la que se ha dicho y escrito profusamente en estas horas posteriores a su partida, que abarca la trayectoria, el paso por la función pública, sus éxitos y fracasos como gobernante, y sobre todo el reconocimiento –que en este caso fue muy significativo– a su condición humana y ética. La segunda es cómo impacta la desaparición física, lo irremediable, en el sistema político.

En ese sentido, que su desaparición física ocurra cuando era el principal líder de la oposición, con una prometedora proyección electoral porque lideraba de forma cómoda la intención de voto, puso patas para arriba todo. Su muerte gira definitivamente la visagra generacional que se venía gestando en el Partido Socialista, reactiva debates dentro del Frente Progresista que su figura sintetizaba y, en un primer análisis, pareciera facilitar los planes del peronismo y especialmente al gobernador Omar Perotti.

Una cuestión central es que Lifschitz se preparaba para disputar la senaduría nacional cuando lo sorprende la muerte. Era un escalón para pelear el regreso a la Gobernación en 2023 y con el objetivo inmediato de mantener cohesionado al Frente Progresista.

El gobierno provincial, que lo tenía como la principal amenaza a la construcción de una hegemonía que le permita trascender más allá de un mandato, se ve aliviado. Lifschitz era indiscutido y el mejor candidato en la oposición. Por deducción, las chances de ganar del peronismo deberían ser mayores.

Eso se agrega a que el principal espacio de la oposición ingresa en un estado de deliberación interna que necesariamente le demandará tiempo y le dará algunas ventajas al oficialismo. El Frente Progresista necesita tiempo para encontrar los mecanismos que permitan ordenar lo que antes sintetizaba Lifschitz.

El postlifschitzmo

Esta misma semana la Cámara de Diputados designará a su reemplazante en la presidencia. Lo que allí resulte, el nombre que se elija y los acuerdos o desacuerdos que lo rodeen, serán la primera señal de la era post Lifschitz. Además, teniendo en cuenta el enfrentamiento que mantiene el Poder Ejecutivo con la Legislatura desde hace un año y medio, y siendo el exgobernador un vértice central en el esquema de poder institucional santafesino, es necesario seguir con atención la evolución de los acontecimientos.

Pero una cosa es la vida institucional en la Legislatura y otra las instancias electorales que se avecinan. Aquí late otro interrogante: si ya no está el líder que cohesionaba y le daba perspectiva electoral a esa fuerza alternativa a la grieta, ¿el radicalismo se sentirá desobligado con el Frente Progresista y libre de sumarse a Juntos por el Cambio como le viene exigiendo la UCR nacional?

La única certeza sobre esto es la posición del Partido Socialista. Los órganos partidarios ya se expresaron por un espacio progresista y las elecciones internas del 18 de abril lo ratificaron. Distintas fuentes partidarias confirmaron que la partida de Lifschitz no cambia en nada ese punto.

Aunque la conducción partidaria mayoritariamente viene trabajando la idea de retomar la línea nacional, no todos los radicales quieren salir corriendo a abrazarse con Rodríguez LarretaMacri y Patricia Bullrich. El ejemplo más rotundo es el de la departamental Rosario de la UCR, socia principal del intendente Pablo Javkin. No hay alianza posible: Cambiemos es la oposición más áspera al gobierno municipal.

La ausencia de Lifschitz, por otra parte, obliga a revisar el papel dentro del Frente Progresista de los emergentes de las elecciones de 2019. Javkin es el más relevante por trayectoria, historia y por la ciudad que gobierna, pero ahí nomás detrás le sigue su par de la capital Emilio Jatón. Esos liderazgos requieren tiempo de maduración y tienen camino por recorrer, pero no cabe duda que el espacio progresista tiene en ambas ciudades y otros 250 gobiernos locales referencias ineludibles de su capacidad de gestión.

En el caso concreto del PS, la muerte de Binner, la derrota electoral de Bonfatti y ahora lo de Lifschitz, aceleran a fondo el recambio generacional que estaba en ciernes.

Para el Partido Socialista Lifschitz estaba funcionando como un puente entre dos eras. La era que empezó a principios de los 70 con la fundación del PSP y se clausuró en 2019 con las derrotas en Rosario y la provincia. Y la era de la que él pretendía ser el partero para depositar en la otra orilla a una nueva generación de socialistas mejor preparados para comprender y accionar en el mundo que viene.

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