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Nora Cortiñas, a los 89 años: «El cannabis me sacó el dolor, gracias a la planta puedo seguir caminando en las marchas»

SCaldia
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La fundadora de Madres de Plaza de Mayo revela cómo la marihuana la ayudó a sobrellevar problemas en una de sus rodillas y en la espalda. «Me gustaría ir a la farmacia y poder comprar las cremas ahí», reclama en una charla con Infobae, donde también confiesa que empezó a cultivar


Nora Cortiñas nació en 1930. Fue uno de los últimos años en que cualquier adulto podía comprar cirgarrillos de «cáñamo indiano» en las farmacias de Buenos Aires. La marca era Grimault, venían importados de Francia y no eran otra cosa que porros de marihuana que se comercializaban para combatir el asma, los resfríos, la ronquera, la tos y el insomnio. Venían en «petacas» de 15 unidades y el prospecto sugería: «De ordinario, la mitad de un cigarrillo basta para producir el alivio deseado, y la otra mitad sirve para otra vez».

Pocos años más tarde, una ley nacional tachó toda comercialización de «sustancias narcóticas» en el país. Eso incluyó a la marihuana en una época en que se asociaba su consumo a las poblaciones afroamericanas y al delito. Pasó casi un siglo de todo aquello. Y durante gran parte de este tiempo de prohibición, la vida de Nora transcurrió por los caminos tradicionales de cualquier familia de clase media («patriarcal», según su propia definición) del conurbano.

Hasta que en 1977 se llenó de espanto: la mañana del 15 de abril secuestraron y desaparecieron a su hijo Gustavo en la estación de trenes Castelar. Nunca más se vieron. Y él dio a luz a una nueva madre, con la M mayúscula, que desde ese día no paró de buscar y reclamar. Con cada ronda en Plaza de Mayo a lo largo del tiempo, su pequeño cuerpo tomó forma de símbolo; Nora se agigantó y transformó en Norita, una referente no sólo de las Madres, también de todas las luchas por el respeto de los Derechos Humanos.

Además de estar siempre, cada jueves, en la caminata alrededor de la Pirámide de Mayo, Cortiñas es una presencia multiplicada -como si hubiera muchas Noritas en todos lados al mismo tiempo- en cualquier protesta que defienda causas humanitarias y el respeto a la libertad individual: marchó junto a estudiantes universitarios, colectivos feministas, agrupaciones que repudian la llegada del G20 o el arribo de Jair Bolsonaro. También viajó a diferentes partes del mundo a dar su apoyo, como lo hizo meses atrás cuando llegó a Turquía para sostener el reclamo de mujeres kurdas en huelga de hambre. A los 89, Nora va. Es pura voluntad, como si tuviera 30.

Pero en los últimos años un dolor en su rodilla izquierda amenazó la fuerza de su espíritu hasta que fue necesario un bastón. Un médico le dijo que tenía los meniscos muy gastados, que el dolor era lógico y que debía caminar menos.

«Había estado muy mal de una rodilla, con cuarenta años de caminar las calles los meñiscos están un poco gastados«, sonríe Cortiñas, en una charla con Infobae en la que hace público por primera vez que usa cannabis y que tiene plantas en su casa.

Nora Cortiñas, referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora (Gastón Taylor)
Nora Cortiñas, referente de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora (Gastón Taylor)

«Y apareció el cannabis», cuenta Nora sobre el momento en que, un año y medio atrás, se le abrió una ventana de esperanza para no parar de marchar. O mejor dicho, para seguir.

¿Cómo llegó?
—No fueron los médicos. Yo le dije a una persona que me dolía mucho la pierna izquierda (y yo gasto más la izquierda, mi organismo trabaja con la izquierda, jaja) y me mencionó que podía hacerme bien el cannabis y no dudé. A mí la marihuana me asustó toda la vida, me asustan las drogas con los estragos que hacen con la gente adicta, pero esto era para algo medicinal, y si está comprobado…

Ese amigo es un cultivador solidario que le regaló un pote con crema de marihuana y todo cambió. «Me la empecé a aplicar todos los días, todos los días, y en un tiempo que no te puedo decir exactamente, pero algo más de un mes, entre un mes y dos meses, digamos, de usar la crema, sentí mejoría hasta que se me fue totalmente el dolor», relata.

Cortiñas también usa la crema cuando aparecen los dolores frecuentes en las zonas cervical y ciática: «Cuando he estado con mucho dolor en el nervio ciático me apliqué y a los pocos días se me calmó el dolor. Doy fe, lo usé confiada y efectivamente me hizo bien«, dice con la sonrisa de siempre, mientras sus rulos grises aparecen desobedientes debajo del pañuelo blanco que, desde 1980, cubre su cabeza.

—¿Todos los días de su vida se pasa?
—Cuando no tengo dolor no me paso.

El otro día le regalé a una señora que trabaja en mi casa un aceite que me trajeron a la plaza. En vez de flores o dulces me traen crema de cannabis y aceite (ríe). Fue una persona que no conocía y no volví a ver. Y la señora que trabaja en mi casa tiene una nena con una discapacidad grande de salud, una enfermedad incurable, y me dijo que le iba a empezar a dar, a tomar aceite de cannabis porque una vecina de ella tiene una nena que no hablaba ni caminaba, con estado de discapacidad, y la madre le empezó a dar aceite de cannabis y la nena empezó a hablar de a poquito y a caminar.

Cortiñas, durante la marcha por la regulación del cannabis en 2018 (Matias Baglietto)
Cortiñas, durante la marcha por la regulación del cannabis en 2018 (Matias Baglietto)

Cortiñas no puede con el impulso juvenil que sale de adentro suyo. Apenas sintió que las moléculas químicas del cannabis hacían efecto positivo sobre su organismo, se convirtió en una militante más de la causa. Tenía 88. En la marcha mundial por la regulación de la marihuana realizada en noviembre pasado encabezó la caminata desde Plaza de Mayo hasta el Congreso.

Para la de mayo, mes en que se repite tradicionalmente esta protesta pero solo a nivel nacional, no se enteró. Y se enojó. «A la última no me invitaron, estoy muy cabrera. Yo entremedio había viajado. Me dicen ‘el sábado fue la marcha del cannabis’. ¿Cómo? ¡No me dijeron nada! Y yo me enojé», dice mientras sobreactúa la bronca.

Si Nora cree que hay una causa justa, se suma. En el caso del cannabis, lo sintió en su propio cuerpo. Tanto, que toda la información que había recibido sobre la planta mutó. «Cambió mi prejuicio, claro. El aceite en mí no lo probé, pero si yo tuviera una enfermedad y los médicos y medicamentos habituales no me mejoraran, tomaría sin ninguna duda, estoy segura«, afirma.

—¿Por qué piensa que existe esta construcción prejuiciosa sobre la planta?
—Los laboratorios no permiten que salga ningún medicamento que les pueda aminorar la venta de los remedios con componentes que te curan de una cosa y te enferman de otra. Los laboratorios están arreglados con muchos médicos para no aconsejar de ninguna manera que la gente tome cannabis. Los laboratorios manejan muchas cosas.

Nora Cortiñas, en su casa, con una de sus plantas de cannabis
Nora Cortiñas, en su casa, con una de sus plantas de cannabis

—¿El cannabis le ayuda a poder seguir marchando?
—Es la verdad. El cannabis me sacó el dolor, gracias a la planta puedo seguir caminando en las marchas, puedo seguir con mis actividades. Y fue muy rápido el mejoramiento. Es in-cre-í-ble. Cuando lo recomiendo la gente te dice ‘sí, yo me pasé dos o tres días y el dolor no se me pasó’. Yo digo, dos o tres días no se te cura nada, uses la crema que uses. Con el cannabis hay que tener perseverancia y saber que te va a mejorar y recomendarlo.

Tanto se entusiasmó Nora con la marihuana que pidió cultivar la planta en el patio de su casa en Castelar. A fin de año, durante una conferencia de prensa que anunciaba la marcha anti G20, le pregunté si era cierto lo que me habían contado, que estaba usando cannabis. Cortiñas respondió con un pedido: «Traeme una plantita».

Pero fue la agrupación porteña Acción Cannábica -que ya sabía de la relació de Nora con el cannabis- la que le llevó dos ejemplares de la familia índica para que tenga en su casa días atrás. La organización activista además convirtió a Cortiñas en su primera socia. Y le dio la distinción de «honoraria».

«Estas son las primeras plantas de cannabis que voy a tener, las voy a cuidar mucho, quiero saber cómo se hace, cómo se cuidan. Yo las voy a cuidar y después veré qué es lo que yo puedo hacer. No me voy a poner a fabricar el aceite», aclara entre risas.

Cortiñas, con su carnet de socia de una agrupación cannábica (Gastón Taylor)
Cortiñas, con su carnet de socia de una agrupación cannábica (Gastón Taylor)

«A Norita la conocimos personalmente hace un año exactamente, en el marco del tratamiento de la ley para la legalización del aborto en Diputados. La cruzamos en varias movidas sociales y cuando surgió la oportunidad de hablar con ella, fundamentalmente del uso terapéutico del cannabis, pensábamos: esta mujer está involucrada en todas las causas nobles. Ahí nos cayó la ficha: nadie mejor que ella. Ahí lo decidimos», explicó a Infobae Nicolás Milione, presidente de Acción Cannábica.

«Estoy orgullosa porque es para la salud del pueblo, y yo soy partidaria de la medicina a nivel popular, que le llegue a todo el mundo, que nadie se muera porque no recibió la atención necesaria, así que velaré para que todos los que necesitan lo puedan comprar en Argentina, y a peso argentino. Y un poco de miedo que me lleven presa tengo, ahora», comenta a carcajadas.

«Lo que queríamos es que la primera socia de la Asociación Civil sea alguien de esta envergadura, alguien especial, y quién mejor que Norita que es la madre de todas las luchas. Cuando nos enteramos de que usaba crema para su rodilla nos acercamos a ella», agregó Milione.

Nora aclara el chiste anterior, con otra ironía: «No me da miedo que allanen mi casa, no va a pasar. Y a lo mejor los que vienen a allanar me dan una clase de cómo cultivar, o a lo mejor se las quieren llevar para tenerlas en sus casas, porque cuando la Policía te roba algo es para llevárselo a su casa, no para devolverlo a la gente».

La organización Acción Cannábica la nombró “socia honoraria” (Gastón Taylor)
La organización Acción Cannábica la nombró “socia honoraria” (Gastón Taylor)

Aunque dice que no piensa fabricar aceite, tiene muchas ganas de aprender cómo se hace. «No creo que llegue a producirlo para mí, pero voy a hacer algunos cursos, para saber cómo se fabrica, cómo es el proceso y por qué el Gobierno se emperra tanto en no querer sacarle el negocio a los laboratorios, cuando la gente no puede acceder a remedios genuinos y naturales como el cannabis, para combatir los dolores que tenemos todos cuando llegamos a determinada edad».

—Uno de los argumentos que el Gobierno pone, además de la cuestión del supuesto acceso seguro a la sustancia, tiene que ver con la seguridad. Creen que quien cultiva es un potencial narcotraficante.
—(ríe) Bullrich es tan ignorante que puede decir cualquier burrada, tendría que estudiar. Ella sirve para reprimir, para esas brutalidades, para comprar armas, para eso sirve, pero después no llega a saber la realidad de la salud de la Argentina. Habría que ver qué hace con la droga que incauta, siempre tuve esa curiosidad. Y nunca agarra a un pez gordo.

Nora tiene tres nietos. Uno de ellos es hijo de Gustavo. Cuando comenzó a usar cannabis lo habló con ellos. Y la apoyaron. «Pero ninguno se droga, por suerte», aclara la abuela Madre.

Todo verde: Cortiñas, con su planta de cannabis y el pañuelo por el aborto legal (Gastón Taylor)
Todo verde: Cortiñas, con su planta de cannabis y el pañuelo por el aborto legal (Gastón Taylor)

Cortiñas lleva más de 40 años de lucha en la calle. Su cuerpo diminuto es a la vez inmenso. Crece a cada paso que da. Cuando empezó las reuniones en Plaza de Mayo junto a Azucena Villaflor (fundadora de las Madres y desaparecida, después de que Alfredo Astiz la «marcara» y ordenara su secuestro en diciembre del 77) no imaginó que su marcha no se detendría jamás y que agregaría otras razones a su dolorosa motivación inicial. Ahora le toca la lucha por la legalización del cannabis, especialmente el acceso libre para el uso terapéutico.

Nora pregunta y no entiende por qué, si hay una ley (sancionada en marzo de 2017), no funciona. Y los usuarios no tienen acceso. Y el Estado no produce, ni importa, ni deja cultivar. Por eso, Norita, bajo el pañuelo blanco, se apoya en su sensatez para el reclamo. «Me gustaría poder ir a una farmacia a comprarme las cremas. En Uruguay las compré en una feria artesanal, abiertamente, y nadie me dijo que yo era una narcotraficante, ni nadie huía de la Policía, era en un campito al aire libre».

Norita, como le dicen todos, mira con ojos serios. No se ríe. Pero el simulacro no dura mucho. Antes de estallar en una risotada, ella justifica su necesidad: «Es que yo me cuido. Me quiero morir sanita, sanita. Y joven«.

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