La experiencia de una mujer danesa, contada en un blog personal, profundiza sobre el choque de paradigmas y prejuicios que enfrenta una persona que eligió un oficio muy especial.
Por Mette Schak Dahlmann. Mi vida diaria habría sido sin duda mucho más fácil si hubiese nacido varón, pero no fue así. Me llamo Mette, soy una mujer, una albañil profesional, y soy lesbiana.
Crecí jugando fútbol, no usaba ropa «de niña», me formé en la profesión «equivocada», caminaba y hablaba de manera «impropia», y todo el tiempo me decían lo que podía y no podía hacer.
Las reglas de lo que es normal y lo que es inaceptable siempre me reprimieron. ¡Me sentía diferente y excluida!
Desde que era pequeña quise ser albañil, pero no me atrevía a decírselo a nadie, porque ¿cómo podía explicar mi decisión y el camino que quería seguir? Ellos me decían: «¿Por qué diantres quieres hacer un oficio de hombres y trabajar en mundo de hombres? Eso no es para ti, eres una chica».
A pesar de las dudas de los otros sobre mi decisión, logré culminar mi formación y convertirme en albañil.
Hasta obtuve la nota más alta cuando recibí el diploma. En mi región, en Dinamarca, fui la segunda persona que en 13 años obtuvo la mayor puntuación. Pero no sirvió de nada porque ¿quién quiere contratar a una mujer albañil?
Así que aunque lo logré – me formé y recibí una distinción especial – sigo sintiéndome diferente y excluida, como si fuese una huésped en mi propia profesión.
Aparentemente, la combinación de mi sexo y mi oficio me hace ser diferente, algo negativo, y es por esto que no puedo callar lo que siento.
Quiero ser aceptada porque trabajo con mis manos, y no ser considerada como un problema, como una persona rara, sin talento. Porque sé que soy talentosa en mi oficio, y estoy orgullosa de ello.
Esto se trata de «nosotros», no de «mí». Nadie puede hacerlo solo. Todo está relacionado. Se pueden formular leyes, las organizaciones pueden tener las mejores intenciones. Pero si las cosas han de cambiar, todos debemos actuar, juntos – la mayoría y las minorías. Tenemos que llegar a las personas fuera de nuestro grupo, y escuchar los modelos de referencia que pueden contar sus historias.
Y recuerden que las personas como yo, que hablan abiertamente y dicen algo nuevo, necesitan que otros las respalden.
Los sindicatos de todo el mundo pueden tener un impacto enorme en ayudar a las personas como yo a encontrar el valor de expresarse y hacer que otros entiendan que un cambio es necesario. La solidaridad. Personalmente pienso que esa es la clave para que las cosas cambien.
Todos cambiamos cuando vemos y sentimos a través de los ojos de otra persona. Si solo hablamos, si no logramos que otros grupos nos escuchen, las personas no sabrán que tienen que cambiar.
Una pequeña historia, sincera, acompañada de la solidaridad en todos los niveles puede dar inicio a grandes cambios para todos nosotros.
Mette Schak Dahlmann participó como panelista en un debate organizado en ocasión del Día Internacional de la Mujer