Faltaban 15 minutos para que terminara el partido en Avellaneda y desde los pupitres del LDA se escuchan los gritos: “Ehhh, Jesús, ¡el tiempo! ¡El tiempo!”. No fue Lucho González: era Nicolás De La Cruz el que le reclamaba al árbitro Valenzuela. Athletico Paranaense se estaba quedando afuera de la Copa, pero si un hincha llegaba out of context a la cancha y no supiera cómo salió la ida en Curitiba habría pensado que el que se extinguía con el tiempo era River.
Acaso ése reclamo de DLC, que fue el de más de un compañero a lo largo del partido, haya simbolizado lo mejor que tuvo el equipo en un partido que fue incómodo de principio a fin. Y no porque Paranaense le asomara demasiado al arco de Armani, sino por la sensación de fragilidad del resultado y del adagio futbolero, de miles de juegos en los que un equipo como el brasileño aguanta, no merece, tira un zapallazo al área y millones de personas repiten al unísono que el fútbol es un deporte hermoso.
El arquerito Bento anoche tenía 300 partidos en el lomo. También era evidente: a River le suceden esas cosas. Y otras peores: por momentos bajo la luna de Avellaneda acechó el fantasma de Librado Azcona. Y es que el equipo de Gallardo hizo todo para ganar, todo, aún con sus imprecisiones, con jugadores muy por debajo de su nivel. Más allá de algún susto en el primer tiempo, fue un monólogo de River, casi tanto como en el Arena da Baixada.
De ahí la incomodidad, de saber que la experiencia cercana ante un rival diezmado no era demasiado alentadora. Pero River fue igual: está programado para ir, ir, ir, ir. Especular es una palabra que no figura en su diccionario y eso siempre es valorable: un equipo valiente, que quiere tener siempre la pelota, que arrasa a los rivales desde lo físico para robar la posesión en ataque, los preceptos básicos de un ciclo inolvidable.
Esta vez lo preocupante fue el nivel puntual de los tipos que debían clarificar el último y anteúltimo pase ante un rival que por muchos pasajes defendió en línea con cinco jugadores apenas delante del veterano de 21 años que atajó anoche en Paranaense.
¡¡GANÓ RIVER!! ⚪️🔴⚪️👏 pic.twitter.com/Z6SJUMBtcL
— River Plate (@RiverPlate) December 2, 2020
Nacho Fernández sigue muy lejos de ser el mejor jugador del fútbol argentino y ahí probablemente haya estado la clave de la falta de claridad que tuvo por momentos el CARP. Borré, aún con buenas intenciones en el segundo tiempo, todavía no se amiga con la pelota. De La Cruz, sin la brillantez que mostraba hace poco, fue porfiado para contagiar. Y Gallardo jugó igual de bien que siempre: el ingreso de Carrascal (¿no pide titularidad?) destrabó un tetris de despejes y atajadas de AP y generó con Julián Álvarez -la otra ficha que jugó MG- la jugada del penal que le dio el 1-0 a River, con el suspenso de un arquero que como los villanos de Batman siempre parecía tener una vida más. La tiene también River, que estiró la leyenda que lo hizo el equipo más copero de su historia.