Científicos estudian los atributos que le damos a dioses y personajes ficticios para reflexionar sobre qué es lo que despierta devoción religiosa.
Si bien nadie (creemos) mira al cielo nocturno y reflexiona sobre la existencia de la Mujer Maravilla o el Guasón; durante siglos, la fe y las preguntas sobre la existencia de Dios han persistido.
En una investigación que involucró a más de 300 personas, psicólogos de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda) quisieron averiguar cómo y por qué se adora a seres sobrenaturales. Sus hallazgos sugieren que las figuras religiosas son psicológicamente atractivas porque las personas estamos motivadas para creer en ellas.
El problema de Mickey Mouse
En psicología se conoce como «el problema de Mickey Mouse» a la dificultad para predecir qué seres sobrenaturales son capaces de suscitar creencias y devoción religiosa. ¿Por qué, por ejemplo, los personajes de ficción como Mickey Mouse no logran la misma creencia y devoción que los íconos religiosos más tradicionales de la sociedad?
Para abordar estos interrogantes se les pidió a los participantes que inventaran una figura religiosa o ficcional y les asignen cinco características sobrenaturales. Thomas Swan, quien estudia psicología social experimental con un enfoque en la religión y autor principal del estudio, exploró esos atributos que las personas asociaban por un lado a los seres sobrenaturales religiosos, y por el otro, a los seculares.
Para los primeros, las habilidades nombradas con mayor frecuencia eran aquellas basadas en la psiquis, como la lectura de la mente o la omnisciencia. A los seres ficticios, en cambio, se les atribuía capacidades más físicas como atravesar paredes, volar o vivir para siempre.
Otra diferencia notable fue que a los dioses se los juzgaban como más ambiguos y potencialmente más útiles; lo que da a las personas, según palabras de Swan, libertad para formar interpretaciones de seres religiosos que sean personalmente atractivos y plausibles. Se los asociaba también al beneficio y al daño, haciéndolos capaces de provocar amor y miedo. Los personajes ficticios, en cambio, recibieron calificativos que los definían como héroes o villanos, independientemente de si fueron inventados o conocidos por los participantes.
Swan sostiene que estos resultados forman parte de un proyecto más amplio que busca desarrollar un «modelo cognitivo motivacional general de la creencia religiosa» y afirma: «Las diferencias entre seres ficticios y religiosos apuntan a la idea de que los seres religiosos atraen la fe porque estamos motivados para creer en ellos. Nos atraen. Son psicológicamente útiles«.
Por ejemplo, las personas con un gran «miedo a la muerte» pueden tener una motivación más fuerte para creer en seres inmortales que las personas con menos miedo. Del mismo modo, el contenido ambiguo atribuido a los agentes religiosos puede facilitar el razonamiento hacia una creencia. La omnipotencia de un dios, el control de la naturaleza, los poderes mágicos o las «formas misteriosas», por ejemplo, se pueden aplicar de cualquier manera que un creyente considere necesario.
Por último, sostiene que la formación de creencias también dependa probablemente de la personalidad de un individuo, el entorno cultural y/o la historia del desarrollo, entre otros factores.